Quiero compartir con ustedes algunos momentos especiales de los últimos días de la vida de mi querida abuelita. A sus 96 años, comenzó a experimentar los inevitables signos de envejecimiento, perdiendo fuerza y, a veces, el hilo del tiempo. A medida que su salud se volvía más frágil, nos enfrentamos a la difícil decisión de trasladarla a cuidados asistidos para garantizar que recibiera la atención adecuada.
Lo que no anticipamos fue cómo esta decisión alteraría el curso de nuestra unión familiar. A pesar de nuestros esfuerzos para proporcionarle el mejor entorno posible, algunos miembros de la familia que no estuvieron directamente involucrados comenzaron a difundir chismes, realizar llamadas y compartir versiones que no reflejan la realidad de la situación.
En lugar de entrar en detalles sobre los desafíos familiares, he decidido compartir algunos de los últimos videos de mi abuelita. En estos momentos, ella expresaba su comodidad y felicidad en el lugar donde pasó sus últimos días. Su voz y su rostro reflejan la paz que encontró, y quiero que estas imágenes hablen por sí mismas.
Mi abuelita siempre fue una fuente de amor y sabiduría, y a pesar de las dificultades familiares, quiero recordarla por su espíritu valiente y su alegría de vivir. Agradezco a aquellos que estuvieron a su lado, apoyándola y brindándole amor hasta el final.
Recordemos a mi abuelita con amor y gratitud.
Tan solo 24 horas después, su hijo Jorge Ricardo la sacó de la clínica geriátrica con la promesa de llevarla a su hogar para prepararle un simple huevo, un gesto de cariño que nunca llegó. En su lugar, fue abandonada en un asilo de bajo nivel, escogido por el Mismo Jore Ricardo y su nieto Sergio Mejorado. Cuatro días después, la caida repentina de dopamina por el peso de la decepción la apagó para siempre.
Lo más doloroso no fue solo su partida, sino la manera en que se manejó. La cremación, el velorio y el entierro fueron organizados rápido y en secreto, ocultándolo a gran parte de la familia, incluso a quienes estuvieron con ella en sus últimos días.
Su ausencia dejó una herida profunda en quienes la amaron de verdad. La tristeza y el desconcierto aún pesan en nuestros corazones, pues resulta imposible comprender cómo alguien pudo actuar con tal frialdad. Su partida no solo nos deja un vacío, sino también preguntas que tal vez nunca tengan respuesta.
Días después, comenzaron a circular llamadas intentando justificar lo injustificable. Se tejieron relatos absurdos, afirmando que la Señora dormía en el suelo, que era maltratada, que incluso le arrebataban su paleta y “le aventaban de piedradas” —un cinismo digno del sarcasmo de Chespirito—. Este torbellino de chismes no solo mancilló su memoria, sino que alteró los caminos de quienes, con genuino amor, intentaron ayudar. Al final, la verdad fue tergiversada, y aquellos que extendieron la mano terminaron convertidos, de manera retorcida y pasivo-agresiva, en los villanos de la historia.
Al final, todos somos nada. Fuimos hermanos, ahora ya no. Todo… por nada