Junio de 1942. Fecha memorable porque termino la Secundaria y se nos hace el Baile de Graduación. Un recuerdo muy bello, imperecedero como son todos los recuerdos de la niña que sintiéndose ya mujer traspasa las puertas hacia la juventud. Vestido largo de fiesta, el descenso de las graduadas acompañadas todas por los chambelanes, que eran compañeros que salían también de tercero. Parecía un sueño entrar al Salón Grande de la Escuela donde ya estaban a los lados las sillas para los invitados y para nosotros los graduados, y enfrente la Orquesta para amenizar el baile. Otro recuerdo agradable que llevo en mí es que en esa ocasión invité a María Boone, que tendría unos 20 o 21 años y era muy guapa. También había invitado a Manuel Neira Cadena, hijo de mi tío Manuel Neira Barragán y de mi tía Ofilia Cadena, prima de mamá. Era Manuel un joven muy guapo, atractivo y se veía elegante y distinguido con su traje de militar, pues cursaba la carrera de Medicina en el Colegio Militar. Bailó mucho con María y luego me invitó a mí a bailar; sale sobrando decir que yo me sentía como Cenicienta bailando con el Príncipe, y todas mis compañeras andaban locas y emocionadísimas con él. Creo que llegó a terminar su carrera de Médico, pero me entristece siempre recordar que murió muy joven.
Eran las vacaciones de julio y agosto de 1942, y de nuevo nos fuimos a San Buena. Ahora íbamos Elena, Gloria, Carmen y yo, además de Juanita la esposa de Héctor mi hermano con sus dos hijos Mireya y Héctor Manuel. Llegamos felices como siempre, pero a los pocos días de haber llegado comprendimos que éramos muchos, aunque mi abuelita nos recibía y nos trataba a todos con mucho cariño siempre, siempre. Mi tío Jesús Gutiérrez le pide permiso a mi abuela y a Elena, que iba a cargo de todos, para que Carmen se vaya a pasar unos días a su casa. Lo mismo, mi tío Lupe Gutiérrez, hermano de Jesús y ambos primos de mamá, le pide a mi abuela y a Elena que me den permiso a mí de ir a pasar unos días en su casa, que no fueron por cierto unos días los que estuvimos en sus casas, sino casi todas las vacaciones las que pasamos con ellos, pues estaban los hijos de mis tíos, más o menos de la misma edad –yo iba a cumplir 15 años- así es que la íbamos a pasar muy bien.
Mamá Lita y Elena nos dieron permiso y estábamos muy contentas, pues éramos un grupo de primos entusiastas y alegres Lidia, Licha, Lupita, Toya, Héctor, Arturo, Horacio, Ramiro y varios más; una vez fuimos a montar a caballo, bueno, es decir, yo lo intenté subiéndome al animal, pero al momento el caballo se levantó sobre sus patas traseras y yo me llené de miedo, y en lugar de aflojar la rienda para que se bajara, me afianzaba más en ella, estirando más el bozal del caballo y más se levantaba la bestia; al fin, de un brinco Lidia alcanzó y agarró la rienda del bozal y le dio un tiró hacia abajo, lo cual hizo que el caballo bajara las patas y se calmara; al momento me bajé de él, y no volví a intentar una proeza parecida en toda mi vida.
Nos divertíamos mucho también en el cine, el único que había, el cual tenía un solo proyector, por lo que pasaban un rollo de la película, y a prender la luz para montar el siguiente rollo en el mismo proyector; según los rollos que tenía la película eran los intermedios o prendidas de luz en el cine; una sola película duraba como dos horas. Ya había para entonces luz eléctrica en San Buena y una centralita telefónica, que consistía de un pequeño cuarto con una telefonista para atender las llamadas que se hacían.
Los bailes se hacían en la Mutualista, siempre con orquesta; en el tiempo que estuvimos ahí fuimos a casi todos los bailes donde los músicos tocaban las melodías de Glenn Miller, y estaban de moda Bésame mucho, Solamente una vez, y otras muchas.
En ese tiempo llegó también a pasar vacaciones en San Buena la señora Flora de no recuerdo qué apellido, acompañada por su hijo Manuel, al que le decían Meñol y que iniciaba la carrera de Medicina en Monterrey; un muchacho guapo, muy sociable y amistoso, otro más que se unía al grupo; fue mi primer pretendiente, a donde quiera que íbamos él prefería mi compañía y era mi pareja en los bailes.
Principiaba la Feria de la Uva en Cuatro Ciénegas, y mi tía Trine me invita a ir con ella esos días, y Elena me da permiso de ir. Nos alojamos en la casa de la familia Garza Castro, una casa grande de dos pisos; en una de las recámaras de arriba nos instalamos mi Tía Trine y yo; abajo, una sala grande lo mismo que el comedor, cocina y un corredor largo y ancho, al término del cual había un patio y luego una gran extensión de terreno al que no le veías el fin, donde estaban los viñedos espléndidos, una cosa hermosa donde podías caminar mucho rato entre las hileras de parras sembradas y no llegabas a la última; a la hora que querías era de ir ahí y cortar los racimos que quisieras. Mucha leche fresca, quesos, chorizos, pan blanco recién hecho y hojarascas nunca faltaban en las mesas de las familias de ese rumbo de Coahuila.
En las tardes, ahí en Cuatro Ciénegas, la diversión era ir a la estación del ferrocarril el cual estaba cerca de la casa; era la curiosidad de ver quiénes llegaban a la Feria, y la segunda tarde que fuimos, veo que baja del tren Meñol; había ido a buscarme a casa de los tíos y le habían dicho que yo estaba en la Feria. Me dio mucho gusto verlo, lo presenté a las muchachas y nos regresamos en el express al pueblo. No supe dónde se alojaba, posiblemente en casa de familiares o amigos suyos de ahí. Íbamos a la plaza y ahí estaba, nos acompañaba a donde quiera que fuéramos; digo “nos acompañaba” porque siempre andábamos juntas todas las muchachas. En los bailes él era mi pareja y nos tratábamos como amigos; pero una tarde mientras andábamos en la plaza se me declaró. Yo ya lo esperaba, pero estaba consciente de la dificultad para darse esa relación de noviazgo; me preguntó el por qué de mi negativa y le expliqué que en Monterrey sería muy difícil vernos, mucho menos salir juntos, porque mis papás no me dejaban salir sola, únicamente de la casa a la escuela y de la escuela a la casa, y mi mamá siempre nos acompañaba a fiestas y bodas; él me insiste “a la salida de la escuela nos podemos ver”, y le contesté “todavía no sé qué estudios voy a seguir, si en la Prepa o la Normal”. Así quedamos como amigos nada más.
La coronación de la Reina de la Uva se hizo en una Casona que pertenecía y creo que era parte de la Hacienda de los Ferriño, pero de lo que sí me acuerdo bien es que a la fiesta nada más se podía entrar con invitación; mi tía Trine y las Garza Castro estaban muy bien relacionadas con esa sociedad, y pudimos asistir a esa fiesta; fue una noche espléndida en todo, la cena, el baile, todo, todo.
Volvimos a San Buena, yo a la casa de mis tíos, y esa noche llegó Meñol que había regresado al pueblo unos días antes que yo. Platicamos en la banqueta de la casa y él seguía insistiendo en el noviazgo; le volví a contestar lo mismo, además de que en uno o dos días más regresaríamos a Monterrey.
El 28 de agosto del mismo año, ya aquí en Monterrey, cumplí mis 15 años sin ninguna fiesta o celebración especial. Felicitaciones nada más, pues estaba reciente lo de la caída de la casa y no había dinero, así lo entendí y lo acepté. Pero esos días pasados en San Buena fueron más que un regalo de cumpleaños.
A mediados de agosto de 1942 hice los trámites para ingresar a la Escuela Normal “Miguel F. Martínez”, y en septiembre empecé a estudiar la carrera de Maestra. Yo era una muchacha alta y en las vacaciones había embarnecido, por lo que a mis 15 años ya era una mujer joven bien formada. Para el festejo del 15 de Septiembre se hace un Festival en la Plaza de Toros “Monterrey”, en donde iba a participar el alumnado femenino de la Normal, en un desfile de banderas –en ese año ya estaba avanzando la Segunda Guerra Mundial. La rutina era sencilla, pero de gran significado: entraba el contingente de alumnas portando cada cual una bandera diferente y colocándose en un lugar previamente asignado, y al finalizar se formaba la V de la Victoria con la que Churchill saludaba al levantar la mano. A mí me tocaba estar en la punta de la V, pues a mí me tocó tener el gusto enorme y el gran orgullo de que me hubieran escogido para portar la Bandera de México, cuando había muchachas más grandes que yo, de 17 y 18 años que cursaban segundo y tercer año de Normal.
Mamá y Gloria mi hermana habían ido al Festival, y cuando terminamos nuestra participación, nos quedamos mi amiga y compañera Gloria Lozano y yo detrás del anillo del ruedo acompañando al locutor Emilio Silvester de la XET que por radio narraba el Festival. Empieza la corrida, y nosotros felices de estar tan cerca del ruedo, al lado de los toreros y banderilleros que también iban a participar. De repente, el toro en la arena salta dentro del anillo como a unos diez metros de donde nos encontrábamos y empieza a correr alrededor; todos los que estaban con nosotros tratan de meterse al callejón de salida, pero con la desesperación se hizo una bola de gentes que bloqueaban la salida, quedando en el anillo el locutor, y Gloria mi amiga y yo pegadas a la madera del redondel. Emilio se pone detrás de nosotras en medio de las dos, y abriendo los brazos nos protege del toro que pasa rozándole a él la espalda. Gracias a Dios lo único que pasamos fue un susto mayúsculo, pero ahí terminó la fiesta para mí, pues mamá ordenó que regresáramos a la casa de inmediato. En los días siguientes escuchaba a menudo la XET, pues Emilio Silvester me había preguntado mi nombre y me dedicaba algunas canciones. El se convirtió luego en un locutor y comentarista de gran renombre en los medios informativos, al unirse a la cadena radiofónica de la B.B.C. de Londres para grabar programas en Español.
Dediqué gran interés y entusiasmo a mis actividades extra escolares en la Normal. En varios desfiles de ése y los años siguientes yo era la abanderada. Ingresé al equipo de Voleibol y llegué a ser capitana; también formé parte del equipo de Softbol jugando la posición de primera base, y recuerdo que entrenábamos este deporte en el patio del Colegio Civil y jugamos varias veces en el Parque Cuauhtémoc, el viejo parque que estaba ubicado en las calles de Prolongación Cuauhtémoc y Calzada Victoria rumbo a Bernardo Reyes, al cual asistíamos a menudo, pues éramos muy aficionados al Béisbol desde que se formó el equipo “Carta Blanca” de aquí de Monterrey. Mi padre nos enseñó a llevar los escores anotando todo, los nombres de los jugadores, sus posiciones en el campo, cómo marcar las bolas, strikes, hits, bases por bolas, ponches, etc. No teníamos entonces, y tampoco necesitábamos, televisión ni computadoras para aprender muchas cosas buenas y entretenernos, además de poner a trabajar nuestra mente.
Hago aquí un paréntesis muy significativo para mencionar los nombres de mis queridos maestros en la escuela Normal, a quienes siempre recuerdo con gratitud, y a quienes en el transcurso de mi vida he visto convertirse en pilares de nuestra comunidad aportando su vocación y profesionalismo. Ellos son mis maestros PROF. CALEB SIERRA RAMOS, PROF. RODOLFO CANALES, PROFA. REBECA VILLARREAL, PROF. JUAN S. ESCAMILLA, PROF. MARIO N. FLORES, PROF. BERNARDINO OLIVEROS DE LA TORRE, PROF. ENRIQUE GONZALEZ.
En esos meses del ’42 empieza a pretenderme un ex compañero de la Secundaria, Crisanto Quintero, un muchacho muy, pero muy guapo, que había ingresado a Bachilleres al Colegio Civil, pues iba a estudiar la carrera de Medicina; era hijo de un General que estaba destacado en la ciudad de México, y Crisanto vivía aquí en Monterrey enfrente de la Normal por la calle de Juárez, con su hermana que era esposa de un teniente. Yo le comenté a mi mamá sobre Crisanto y ella me dijo “lo voy a comentar a tu papá”; me dieron permiso y él fue mi primer novio, aunque he de decir que en esos tiempos los novios no salían solos, las parejas siempre tenían que ir acompañadas de alguien.
En ese año también, con motivo de la guerra, se inició el reclutamiento de conscriptos, y les tocó a Crisanto y a su amigo Raúl García ser de los primeros reclutados, y luego acuartelados en el Campo Militar, donde permanecían toda la semana. Los trataban como verdaderos soldados, y ese sí era un verdadero servicio militar con instrucción rigurosa: los levantaban a las 5 de la mañana y eran pruebas y entrenamiento militar los que les ponían, y salían sábado y domingo a sus casas. Recuerdo bien que el 5 de diciembre del 42 se casa mi hermana Gloria, y la boda se lleva a cabo en la casa. Crisanto y Raúl vinieron a la fiesta, porque su cuñado el Teniente les había conseguido permiso. Ahí lo conocieron mis padres, y bailamos toda la noche. Luego, ellos se fueron de la fiesta porque tenían que presentarse en el Campo Militar.
En la Escuela Normal nos asignaron también instrucción militar, y el encargado del entrenamiento era el teniente, el cuñado de Crisanto. Teníamos uniforme azul marino muy bonito, con botones dorados y gorra, y usábamos carabinas de madera para aprender a manejarlas. Creo que fuimos las primeras mujeres que tuvimos instrucción militar. En ese tiempo fue aquí en Monterrey la entrevista del Presidente Manuel Ávila Camacho con el Presidente Roosevelt de los Estados Unidos, y a nosotros, que formábamos el contingente de la Normal, nos tocó hacer valla cerca del Palacio de Gobierno lo que nos facilitó ver de cerca de ambos Presidentes.
Había un teatro aquí, en la colonia Nuevo Repueblo, el Teatro “Principal” al cual íbamos algunos domingos Crisanto y yo, acompañados de Gloria con su esposo recién casados, de mi hermana Elena y mi sobrina Carmen. Todo iba muy bien, él me esperaba a la salida de la Normal y me acompañaba luego a la casa todos los días. En los primeros meses del 43 hacen una Kermesse en el Colegio Civil de Bachilleres, y cierran la calle de Colegio Civil; todo el frente de la escuela era para bailar, con una orquesta en cada esquina de la escuela, una en la calle de 5 de Mayo y la otra en la de Washington. Por supuesto, fui a la Kermesse acompañada de mi mamá y de Carmen. Estaba muy feliz. El baile empezó ya tarde, como a las 9 de la noche pasaditas; había bailado unas dos paradas, cuando mi mamá me dice “ya nos vamos”, y le contesto “ay, mamá, apenas empezó el baile”, pero me dice “acuérdate que nada más hasta las 10 y media hay camión de regreso para la casa” y era cierto, así que no nos quedó más que regresarnos. Al día siguiente, al llegar a clases a la Normal (yo estaba de día en el primer año), saludo a mis compañeras y una de ellas me comenta “nada más te fuiste tú del baile y Crisanto bailó toda la noche”; yo le contesté “está bien, yo ya me había ido”, y ella vuelve a decirme “sí, pero bailó toda la noche con la misma”, y eso ya no me gustó, porque habiendo tanta compañera de él en la Prepa, ¿por qué bailó toda la noche con la misma?
Los salones de la Normal estaban en el segundo piso del edificio, y desde el corredor se podía ver muy bien a la calle; ese día después del baile, cuando tocan el timbre de salida de clases por la tarde, me paro en el corredor de la escuela para ver hacia fuera, y veo a Crisanto parado en la esquina; como siempre, iba por mí para llevarme a la casa. Entonces les digo yo a las muchachas que si quieren practicar voleibol; yo lo hacía para perder el tiempo, y nos pusimos a practicar como una hora; Crisanto se desesperó y se fue. Y así fueron los siguientes días, en los cuales por una u otra cosa yo me entretenía y no salía de la escuela, hasta que él se iba. El domingo, como siempre, vino a la casa para que saliéramos, y le mandé decir que me sentía mal y me dolía mucho la cabeza y no iba a salir, y así fueron dos o tres domingos, negándome a salir con él igual que entre semana en la escuela. Me había dolido mucho lo que me habían dicho de él, de su conducta en la Kermesse, y es que yo soy así, si entrego mi amistad a una persona, o mi cariño como en ese caso, me gusta que la otra persona sea conmigo igual de honesta y respetuosa del compromiso adquirido. No hubo entre nosotros ni una plática, ni explicación, nada… solamente me negué a verlo y así terminó mi primer noviazgo.
Pasó como un mes, quizá un poco más. Era febrero de 1943. Mi amiga y compañera Gloria Lozano y yo íbamos a la Alameda a estudiar y prepararnos para los exámenes, y en esos días hicimos amistad con dos jóvenes que estudiaban Leyes y estaban por terminar la carrera; uno de ellos, Raúl Rodríguez se llamaba, como que empezó a interesarse en mí; pasaron como 15 días y me pide que sea su novia, y yo le digo “dame unos días para pensarlo y poder contestarte”, pues estaban próximos los exámenes y para mí la escuela era siempre lo primero; quedamos de vernos ahí en la Alameda al término de los exámenes y él aceptó. Pasaron los exámenes y mi amiga Gloria y yo fuimos a la Alameda y ahí estaba Raúl esperándonos; nos saludamos y empezamos a caminar por el Kiosco que había ahí entonces; me pregunta qué decidí, y yo le digo “¿qué crees tú?” y me dice “tu contestación es no” y yo le digo entonces “mi contestación no es no, mi contestación es sí”. No puedo describir la alegría que le dio, y desde ese momento me sentí siempre muy feliz con él, pues era conmigo un caballero, respetuoso, me colmaba de atenciones demostrándome de mil maneras cuánto me quería, y al mes de ser novios me regala un hermoso anillo para formalizar el noviazgo.
Nos veíamos nada más a la salida de la escuela Normal, me acompañaba en el camión a la casa y al bajarme yo él seguía. Mi mamá sabía de él, porque nunca anduve a escondidas de mi mamá, pero ella no se lo había dicho a mi papá por eso no podía permitir que Raúl me acompañara a la casa. Un domingo (yo no salía con Raúl ni sábados ni domingos), estando mi papá y yo sentados platicando en la puerta de la casa que daba a la calle, veo que por la banqueta, caminando despacio y volteando hacia dentro de la casa, pasan Raúl y su amigo, y mi padre que en todo estaba, se pone de pie y parándose en la puerta se asoma para afuera y dice “pues estos pelados qué quieren, qué buscan”; yo me quedé callada, pero sentí y así entendí, que Raúl no había sido del agrado de mi padre y que las cosas no iban a estar ni a salir bien, por lo cual, aunque me dolía, decidí terminar la relación pues no quería llegar a tener problemas después, cuando me hubiera encariñado más con él y me fuera más difícil terminar. Mi compañera Gloria y yo no regresamos ya a la Alameda para evitar verlo, aunque en varias ocasiones él fue a la Escuela a buscarme y uno que otro domingo pasaba por la casa. Yo tenía en la Normal un maestro, Bernardino Oliveros, que estaba terminando su carrera de Leyes y que era compañero de Raúl, por lo que estaba enterado de nuestro noviazgo y el posterior rompimiento, pues Raúl le platicaba todo sabiendo que era maestro mío. El profesor me preguntaba qué había pasado con nosotros que nos llevábamos tan bien, que Raúl me quería mucho y que yo no sabía ni me imaginaba lo que Raúl estaba pasando, había desatendido sus estudios, su carrera en la que ya empezaba a litigar y tampoco a eso atendía. Después, por el mismo profesor Oliveros me enteré que Raúl había perdido ese año de estudios de su carrera.