Estos recuerdos compartidos en este pequeño libro de memorias abarcan solamente una parte corta de mi existencia, mis primeros recuerdos que culminan el día de mi boda, cuando inicié otra etapa ya como mujer, formando mi propia familia y siguiendo hasta donde fue posible el ejemplo que mis padres me heredaron. Esa es la razón de haber querido compartir con quienes quieran leer estas páginas, los recuerdos de esos años de mi formación como ser humano, como hija, como hermana, amando la vida tan intensamente como la iba descubriendo.
Mis recuerdos de esposa y madre son tanto o más ricos, y para escribirlos no me alcanzarían los años. Ha sido una vida larga en la que, como la de todos los seres humanos, ha habido alegrías infinitas, así como infinitos pesares de los que creí nunca poder recuperarme como fue la pérdida de mis amados padres, de mi amado Manuel y ver partir a mis hermanas. Pero Dios ha sido misericordioso y siempre, cuando lo he necesitado, me ha abierto el corazón poniendo en él una luz intensa para hacerme recordar que nada en este mundo se realiza si no es por su divina voluntad, y eso me ha dado la fortaleza y el entusiasmo para continuar viviendo cada día, con la seguridad de que él me tiene en sus manos cuidando de mí y de los míos, y sé que el día que mi Santo Padre me llame a su lado, llevaré ante él mis manos y mi alma colmados de las bondades que él me ha permitido disfrutar, en los grandes y pequeños momentos, la primera sonrisa de cada uno de mis hijos, Maricela, Norma Cecilia, Manuel, Alma Dolores y Jorge Ricardo, la nueva vida aportada a nuestra casa, mía y de Manuel, por cada uno de mis nietos y bisnietos; en la compañía y los cuidados amorosos de mi hijo Ricardo que podía desde hace tiempo haber emprendido su propio camino, pero escogió permanecer conmigo.
GRACIAS, MI SEÑOR, porque me has permitido llegar hasta este día y cumplir 75 años rodeada de mis seres amados: mis hijos, mis nietos, mis bisnietos, mi hermano Juan por quien siempre he tenido un gran cariño y respeto, mis parientes y amigos a quienes aprecio. Gracias, mi Señor, por permitirme ser una pequeñísima parte de este mundo y formar parte de tu creación divina.
Gracias, porque uniste a esos dos seres maravillosos que fueron mis padres.
Gracias Señor, porque me formaste en el vientre de mi madre como fruto del amor con el que los uniste.
Sé, y estoy consciente, que desde ese momento has estado siempre conmigo, dirigiendo mis pasos y mi vida, mi niñez, mi adolescencia, mi juventud, madurez como hija, esposa y madre. Gracias Señor, por esta vida disfrutada plenamente con tu ayuda. Gracias por mi familia, mis padres, hermanos, sobrinos que me diste. Gracias por ese tesoro maravilloso que pusiste en mis manos, mis hijos Maricela, Cecilia, Manolo, Alma y Jorge Ricardo, a quienes cuidé y sigo cuidando y amando desde el fondo de mi alma.
Gracias por cada uno de mis nietos y bisnietos, ramas y brotes tiernos del árbol cuya semilla fecunda fue el amor que nos diste y que nos unió a Manuel y a mí. Gracias por permitirme ser su esposa y por habérmelo dado a él como compañero y pareja durante 44 años, con sus defectos y virtudes, pero siendo siempre un ser maravilloso.